sábado, 10 de febrero de 2007

Las alas de una polilla

Estamos trabajando en el reino de los tiempos lentos, el ritmo cardíaco controlado, los estados del alma y encontré estas palabras de Kazuo Ohno:

"si quieren comprender sus propios cuerpos deben aprender a caminar bajo el mar, en el lecho marino. Conviértanse en polvo de polilla. Todas las huellas del universo se encuentran en las alas de una polilla".

"yo aprendí el Butoh en el vientre materno. De hecho, todas las formas de danza provienen de esa misma fuente". En muchas ocasiones, justo antes de que los estudiantes comenzaran a improvisar, Ohno les repetía que debían danzar en el útero de sus madres, "no pensar sobre el hecho sino que sentirlo". Una de las obras más conocidas del maestro se llama justamente Okaasan, "Mamá". Las clases son improvisadas. Los movimientos son extremadamente lentos y coordinados con la cabeza, muñecas, piernas y tobillos. A veces los ojos van cerrados, pero en otras, abiertos y expresando una emoción de alegría o pena, enojo o placidez. En muchas ocasiones la danza ocurre dentro del estudiante, casi una danza más imaginaria que real. En otras, parece un cuerpo más propicio a escuchar que a hablar; un cuerpo buscando escuchar dónde debiera dirigirse el próximo movimiento. El propósito, dice Ohno, es terminar con los hábitos para, así, poder permitir la libertad del ser. Pero según Ohno no es fácil liberarnos de los hábitos puesto que se han asentado en nosotros. Junto con su hijo Yoshito, Ohno agrega que "si no nos liberamos de nuestros hábitos, si no los podemos reconocer, no nos será posible permitir que lo involuntario manifieste su sabiduría sutil".

Los Ojos en la Espalda Al cabo de una hora de clase la antesala está llena de invitados que observan a los alumnos improvisando. La mayoría de los invitados, que se sientan en el suelo detrás del sofá del maestro Ohno, recorren todos los talleres de Butoh que existen en Tokio. Durante la clase las instrucciones son variadas: conviértanse en una flor, cierren los ojos y bailen en su oscuridad, son una esfera, etc. Finalmente, al terminar las casi dos horas de clases todos se juntan a compartir un vino tinto, galletas, dulces y té verde. Son muchas las dudas y preguntas que surgen, pero dos me parecen demasiado importantes como para olvidarlas. Yoshito nos explica que para ellos el concepto de belleza es un poco distinto al que impera en Occidente. Shibui le llama, "es un concepto estético y que indica una distinción silenciosa, una belleza sobria, recatada". Este shibui puede llenar todos nuestros sentidos, según dice, pero lo hace sin gritar, de manera indirecta, sutil. Así es la belleza en el Butoh, y quizás en muchas manifestaciones artísticas japonesas. En vez de responderme la segunda pregunta mediante una explicación verbal, Yoshito me lleva a una esquina del salón, mientras los demás comparten animadamente en varios idiomas. Yoshito, quien viste un pantalón negro y una camisa blanca con cuello al estilo Mao y luce la cabeza rapada, parece de pronto transformarse. Me explica con su cuerpo lo que les repite una y otra vez a sus estudiantes: "los ojos están en la espalda". Yoshito deja caer levemente los hombros, su espalda se arquea un poco, los ojos suben a un costado y todo el salón se llena con su presencia. Luego separa los brazos de su cuerpo, sus piernas van casi dobladas y el pecho firme y cuando me mira me doy cuenta que la animada conversación del resto ha cesado y que todos nos observan en silencio.

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